El gran panorama
La curiosidad que despierta las prácticas ancestrales de diversas culturas ha levantado un nuevo tipo de turismo en diversas partes del mundo. Ecuador pasó a encabezar la preferencia de quienes están en búsqueda de experiencias nuevas, emocionantes, llenas de un toque “espiritual” capaz de ofrecerle a los nativos y extranjeros una vivencia muy particular.
El turismo espiritual está moviendo decenas de personas, quienes buscando ese contacto con lo desconocido procuran escuchar y receptar una “sabiduria” que en el pasado fue cultivada. Los ritos que se practican mezclan en las liturgias cánticos aborígenes, brebajes con plantas de la selva, llevando a la persona a un éxtasis que en algunos casos produjo la pérdida de la conciencia.
La espiritualidad en nuestros días responde a una serie de factores, donde lo desconicido, no se atribuye exclusivamente al accionar del creador, las explicaciones que se otorgan conllevan el reconocimiento de otros aspectos, donde la meditación, capaz de producir transes o visiones que logran observarse, se distingue como un elemento gravitante. El valor de la oración como esa expresión de fe que abriéndose paso entre la lógica y lo material, pasó a ser suplantada por diversas prácticas y cultos.
Las invocaciones a espíritus es cada vez más común, pretendiendo mezclar esas liturgias con oraciones tan significativas para la fe cristiana como el Padre Nuestro. Un sincretismo capaz de “santificar” aquellas prácticas donde el propósito no es relacionarse con Dios, establecer una comunión con él, sino descargar las preocupaciones, liberar las tensiones, protegerse de algún maleficio.
Redescubrir el valor de la oración en la fe cristiana es determinante, acercarse a la palabra para extraer su riqueza permitirá que el ritual no esconda, menos aún oscurezca, su propósito y razón de ser. En medio de diversas espiritualidades, donde el encuentro con el creador ha sido suplantando por la vivencia con la naturaleza, por las filosofías de meditación y pensamiento positivo, regresar a la palabra siempre será desafiante para encontrar respuestas y enderezar caminos, que nos lleven a volver a disfrutar de la oración.
El texto no es pretexto
La temática de la oración en los evangelios no es aleatoria, circunstancial, intrascendente, observamos por los relatos que se comparten en los cuatro evangelios la importancia gravitante que alcanza en el ministerio de Jesús. El acercamiento de los evangelistas busca rescatar los valores de esta práctica en la vida cotidiana del maestro.
La oración como una práctica litúrgica es muy antigua, forma parte de los ritos judíos del templo, constituye un elemento distintivo de la formación espiritual que todo niño recibía de sus padres. La incidencia se observa al establecerse horas específicas donde todo debía detenerse para dedicarse con solicitud y abnegación a buscar al eterno.
Las oraciones nacieron como una expresión espontánea, sinceras, prestas a recobrar aquella vivencia que desde el principio el creador la estableció en el huerto de Edén con el hombre. Dialogar con el Eterno no era nuevo, Adán podía escuchar su voz e interactuar con libertad, mostrando el deseo y compromiso del Señor de establecer una relación íntima que se vaya acrecentando.
La desobediencia trajo resultados nefastos para la creación, oscureciendo aquellas vivencias que siendo de práctica cotidiana pasaron a considerarse como expresiones religiosas y culticas. La espontaneidad de acercarse al creador, hablar con él, escuchar su voz, terminó siendo una experiencia distante, lejana, donde el rito busca llenar el vacío espiritual.
La distinción se produce en hombres sinceros, hambrientos de la presencia de Dios, aquellos que no se conforman a lo establecido, atreviéndose a buscar esa dimensión desconocida donde las sorpresas y maravillas del Eterno estarán siempre presto a sorprenderlo. El registro de la importancia y trascendencia de la oración en estas vidas son amplias, mostrando el impacto e influencia que provocaron en sus vidas y en sus ministerios.
Lucas registra en este capítulo once un episodio donde el maestro se dedica a la oración, una vivencia común, cotidiana, sin embargo, la trascendencia se presenta en la repercusión que provocará en los discípulos. El relato vincula la solicitud que estos van a realizar al maestro, luego de observarlo en su tiempo personal de oración.
Las inquietudes saltan de inmediato por la conexión que el evangelista presenta, donde lo que observaron en el maestro, mientras este se dedicaba a su tiempo de oración fue gravitante para la petición que le realizan. Lucas obvia comentar sobre este particular, aborda la narrativa desde la necesidad de los discípulos y desde allí levanta su observación y aporte.
Las sospechas saltan de inmediato, si los discípulos venían de trasfondo judío habían sido educados en la oración, conocían de su importancia, trascendencia, valor espiritual, nos preguntamos que les impacto al ver a Jesús orando. No podemos partir del hecho de un desconocimiento absoluto, donde la sorpresa ejerce un factor de atracción capaz de estimular los sentidos para descubrir lo que ante sus ojos es totalmente desconocido.
La observación es fundamental, imprescindible para rescatar la riqueza de una narrativa, que sin esta verdad quedaría desprovista de su verdadero fundamento, aquel que no se pierde cuando nos preguntamos con inquietud aquello que los discípulos reconocieron. Acudir a las enseñanzas que Jesús había compartido sobre la oración en otros momentos, será determinante para no alegorizar o señalar como posible un hecho que no responde a la realidad.
Jesús habla de la oración personal como un acto privado, enseñando que debe ser un momento de quietud, preferiblemente en un lugar donde nadie pueda observarlo, siendo así, todo espectáculo que busque notoriedad queda relegado, no tiene cabida. La privacidad busca ese espacio donde nada se esconda, se hable con transparencia, compartiendo sentimientos profundos que agobian, inquietan o deben presentarse con total libertad.
Lucas menciona en el relato que Jesús se había apartado para orar, procurando un lugar distante donde los discípulos no pudieran escuchar sus palabras. La distancia también imposibilitaba ver los gestos, articulaciones, aquello que en estos momentos de intimidad con facilidad pueden manifestarse de forma libre y espontánea, como una expresión natural de vivir este tiempo con el creador.
Los discípulos y de manera particular el que le solicita que les enseñe a orar fue impactado por lo que vio mientras Jesús oraba, siendo así, no pudo resistir a pedirle al maestro que les enseñé, al igual que Juan lo hacía con sus discípulos. Me atrevo a señalar que no fueron las palabras que Jesús uso, la expresión corporal de su cuerpo, las gesticulaciones que realizó, todas estas expresiones serían irrelevantes, ya que responden a un momento, a un lugar, a una circunstancia que el maestro estaba enfrentando.
La respuesta de Jesús frente a esta petición, lejos de presentarse como una oración modelo que debe ser aprendida para repetirse como la expresión máxima de esta intimidad, nos evidencia el reconocimiento incuestionable del Eterno como Padre, nuestro Padre celestial. Los discípulos fueron impactados por la intimidad que Jesús expresaba mientras oraba, aquella vivencia no se reduce al momento, al lugar, trasciende, manteniendo en su cotidianidad esa marca relacional que le otorga a un hijo el gozo, la pertenencia, la seguridad, que sólo viene cuando uno se siente amado por su padre.
Los discípulos habían sido educados sobre la oración, conocían de la práctica, habían recitado tantas oraciones que con los años los maestros fueron registrando para ser usadas por los judíos en sus periodos de intimidad, lo que nunca habían visto es el impacto que la oración podía generar en una vida. Observarlo en la vida de su maestro generó un deseo profundo de vivirlo y disfrutarlo en su diario caminar.
Jesús muestra a sus discípulos que la oración supera el rito, trascendie las esferas y latitudes humanas para brindar ese deleite que sólo en el Padre es posible alcanzar. Esta verdad, esta vivencia, no había sido observada por los discípulos, seguramente habían escuchado de algunos personajes que la habían alcanzado, entre ellos Juan, por eso lo vinculan de inmediato y solicitan que les enseñe a orar, como el Bautista lo hizo con sus discípulos.
La necesidad de la oración en esta dimensión, personal, íntima, capaz de influenciar en la cotidianidad de la vida es fundamental e imprescindible rescatarla. Reducir la oración a una práctica cultica, ritualista, donde la búsqueda se genera por la necesidad o el interés, termina opacando el brillo de esa relación con el creador que anhela brillar en toda circunstancia.
Enseñanos a orar no es una petición exclusiva de los discípulos, debe ser el clamor de quienes caminando en la fe reconocemos que no sabemos orar, no hemos aprendido a descubrir esa dimensión, donde estar con el Señor, implica disfrutar de su presencia, con total y profunda devoción. Solicitar este aprendizaje de forma constante nos recordará nuestra necesidad, nuestra fragilidad, aquella que sólo en el Señor alcanza fortaleza y seguridad.
Define el enfoque
La trascendencia de la oración en la vida práctica, en el caminar diario, allí donde la fe debe manifestar su influencia, necesita con urgencia recuperarse, liberándola de ese ritualismo seco, inerte, que al estar siempre legislando, todo lo que se dice y todo lo que se hace, termina por ahogar su frescura y espontaneidad. Recordar que la oración no es humana, si bien parte de la tierra, su esencia es del cielo, permitiéndonos vivir una dimensión espiritual, pero al mismo tiempo concreta, donde la vida en todas sus dimensiones recibe su impacto e influencia.
La oración no es desconocida, su presencia manifiesta el deseo permanente del creador de establecer una relación con el hombre, donde la intimidad se cultive, se acreciente, en esa disposición de encontrarse con el Eterno, con el infinito, con aquel que habitando en los cielos por medio de la oración se torna cercano, visible, accesible. Una verdad que con el pasar del tiempo se fue oscureciendo, reduciendo la oración a letanías, frases aprendidas o un espacio exclusivo para solicitar favores, olvidando su verdadero propósito, deleitarse en la presencia del Señor.
Enseñanos a orar, sigue siendo una petición válida, necesaria, incuestionable, el testimonio de esta necesidad se evidencia en nuestro peregrinaje en la fe, aquel que nos sigue mostrando que ese deleite en la presencia del Padre con tristeza se ha ido perdiendo. Redimensionar el valor, la trascendencia, la influencia en la vida cotidiana que la oración produce, es determinante para que a pesar de los años de transitar en el caminar cristiano, podamos seguir pidiendo, solicitando, clamando, una de las necesidades que nunca dejará de estar. Señor enseñamos a orar, necesitamos aprender a deleitarnos contigo.
Tu rol en el cuadro
Considere las siguientes preguntas, reflexione en cada una de ellas y responda con honestidad.
1.- ¿Cuáles son las lecciones que en tu caminar de fe la oración te ha dejado?
2.- En tus primeros pasos como hijo de Dios; al comenzar con tu vida de oración, ¿Qué llamó tu atención? Al pasar el tiempo, ¿Te sigue inquietando?
3.- Siendo que la oración nos vincula a un mundo desconocido, misterioso; para aprender a orar ¿Buscaste un modelo a seguir o la descubriste por tu propia cuenta?
4.- Sientes la necesidad de seguir aprendiendo en la oración? Si es así, ¿qué consideras que necesitas aprender?
5.- Has encontrado en tu caminar de fe una persona que te haya impactado por su vida de oración, si es así, ¿cuáles son los rasgos distintivos que se logran divisar en esa persona?
6.- La oración no se divorcia de la vida cotidiana, quien busca de Dios lo evidencia en su caminar, en su carácter, en sus palabras. Al evaluarte de forma sincera, ¿puedes señalar las áreas de tu vida que necesitan ser transformadas por el Señor?
Acción a realizar
Disfruta la oración, aprende a deleitarte en el Seño